viernes, 27 de junio de 2014

Santuario celtíbero de El Mohorte, Garcinarro-El Valle de Altomira

Aprovechando la anterior publicación de la noticia del Templo celtíbero hallado en Garcinarro y realizando un hecho inaudito en este blog hasta el momento, que es autocitarme, traigo a continuación un artículo que realicé hace tiempo para la web Rutas y Leyendas -rutasyleyendas.com- tras mi visita a El Mohorte. El paraje es tan espectacular y con tal cantidad de manifestaciones cultuales de distintos periodos, que merece traer a Iberia Mágica la descripción de lo que pudimos ver en la visita de aquel día. Es de los lugares más espectaculares y estremecedores, desde un punto de vista de sacralidad ancestral, que haya visitado nunca.
El texto está ilustrado con las fotografías que hizo aquel día mi buen amigo Edy García.



*Fuente: Antonio Morales Valor - rutasyleyendas.com

Este lugar, como tantos otros de esta dimensión, reposa en el olvido. Pero el Valle de Altomira encierra un pasado que está por descubrir. Sus rocas son las hojas de un libro abierto a la espera de ser leídas o, más bien, de ser estudiadas, pues aún falta en el santuario celtibérico de Mohorte un estudio arqueológico en profundidad, como en tantos otros sitios.

Desde que dejamos atrás Garcinarro, por la carretera de Buendía, nos acompaña a nuestra derecha una elevación rocosa en paralelo a la propia vía. A poco más de dos kilómetros, a nuestra diestra, encontramos una pequeña explanada que se interna y se estrecha, poco a poco, en dicho promontorio a modo de pasillo que lo cruza; el sugerente paraje es conocido como Fuente del Pozo, donde mana un arroyo conocido como Manantial de Santa Ana. El viajero se dará cuenta de que existe un pequeño merendero y, si no lleva ninguna idea predeterminada del lugar, además de que sus sentidos, sobre todo los más trascendentes, estén bien despiertos, seguramente averiguará que aquel paraje es algo más que un bonito lugar donde hacer parada y disfrutar del bello paisaje que configura aquel solitario valle.
Continuando, ya que estamos en la Alcarria, con el viajero como protagonista, diremos que a éste le llama poderosamente la atención una gran roca que se eleva sobre el enclave y que parece tener forma de cabeza de serpiente; es más, si se le echa un poco más de imaginación, se puede contemplar el resto del alargado cuerpo del reptil enroscado bajo su cabeza. Sin que ello no sea poco, más bien todo lo contrario, no pasaría de ser un curioso capricho de la naturaleza, que ya sabemos que es el más imitado de los artistas, sino fuera porque bajo dicha “cabeza de serpiente”, a los pies de este promontorio, se encuentra una roca labrada de forma artificial que el viajero rápidamente identifica con otros altares rupestres prerromanos que, en la llamada “piel de toro” por el insigne Estrabón, existen en buen número. La factura humana queda claramente patente a través de unos orificios circulares que atraviesan la roca en su parte inferior y siete peldaños que suben hacia una especie de asiento en forma de trono. También son distinguibles una especie de canalillos, tan típicos en estas manifestaciones sacras, y que, se cuenta, servían para conducir la sangre de las víctimas ofrecidas en sacrificio, de ahí que sean conocidos como “altares de sacrificios”. El viajero, conmovido por su descubrimiento, decide inspeccionar todo el paraje de la Fuente del Pozo y se percata de alguna que otra cueva artificial que le recuerdan a aquellas usadas en la lejana Alta Edad Media por los solitarios y místicos eremitas, aunque ¿quién sabe?, quizás pudieron ser también refugio de los antecesores de éstos por aquellos pagos: los oficiantes de los rituales de este santuario “de la serpiente” y que han pasado a ser conocidos en la posteridad, por denominación grecorromana, como los druidas, aquellos magos, sacerdotes, sabios, jueces, médicos y adivinos, entre otras cosas, del mundo celta. 



Haciendo honor a éste sobrenombre que hemos aplicado al santuario, el viajero movido por la infinita curiosidad que el lugar le produce ha subido hasta la roca en forma de cabeza de serpiente, entre otras cosas para contemplar una imponente estampa del paraje y del valle, con la sierra de Altomira –conocida con el tétrico nombre de Sierra de Degollados en este tramo de cordel- cerrando el escenario hacia poniente. Una vez en lo alto de la “cabeza” descubre que ésta se encuentra infinitamente horadada con múltiples cazoletas, lo que le produce aún mayor sobrecogimiento ante la magnitud que intuye pudo tener aquel santuario. 
Todo esto se acrecienta cuando emprende la búsqueda de los restos del antiguo poblado medieval de Mohorte –del que toma nombre todo el paraje- y se topa con gran número de tumbas antropomorfas medievales diseminadas  sobre el promontorio rocoso en una distancia de algo más de cinco kilómetros que se extiende, de Sur a Norte, con el santuario celtibérico protagonista a mitad de camino, desde el propio Garcinarro hasta la Ermita de Santiago de Jabalera. En todo este recorrido, aparte del gran número de tumbas rupestres citadas, el viajero dará cuenta de un buen grupo de cazoletas en la Peña Alta –a apenas a un kilómetro al norte de Garcinarro, en un punto intermedio entre Garcinarro y el propio santuario celtibérico- y que constituye un imponente mirador sobre el Valle de Altomira;  más adelante, volviendo al propio santuario donde el viajero dejó su vehículo, y muy cerca ya del mismo, se encontrará con el conocido como El Corral de los Moros, un sorprendente y ciclópeo refugio excavado en la roca, de origen celtibérico, según se dice, a pesar del nombre y que ha sido utilizado posteriormente como encerradero de ganado. Y lo más sorprendente, apreciable en la parte baja del promontorio hacia el valle y visible desde la carretera, en varios tramos de todo este recorrido, el viajero observa la existencia de una especie de hornacinas distribuidas en varios grupos que más bien parece pudieron tener un uso cultual, pues no imagina ningún posible uso práctico de las mismas, habiendo llegado a especular incluso algunos autores que bien pudieron ser el lugar de exposición para las cabezas cortadas en los sacrificios efectuados en el Santuario de Mohorte, el que hemos calificado “como de la serpiente” por la gran roca que lo preside y que ha llegado a ser relacionado con el dios Taranis, pues ya se sabe que a esta divinidad se le asociaba este ofidio, entre otros animales. 
Volviendo al abandono de la población medieval de Mohorte y al gran número de tumbas antropomorfas, se llegó a creer que esto pudo suceder por el gran brote de peste bubónica que asoló Europa durante el siglo XIV, de ahí la abundancia de tumbas dispersas en todo el paraje; pero la gran laboriosidad y tiempo empleado que requieren la construcción de las mismas parecen desechar esta hipótesis ante la urgencia de dar sepultura ante un acontecimiento de este tipo, por lo que ahí queda abierta la incógnita sobre esta misteriosa necrópolis diseminada en toda esta gran extensión existente en Altomira.



Esperemos que la experiencia de nuestro viajero protagonista sirva para incitar nuevas aventuras a esos amantes de lo ancestral, pues esto simplemente es un pequeño resumen del gran número de testimonios del pasado que aquel territorio encierra.



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